martes, 30 de octubre de 2018

Preguntas teóricas Bloque 3

9.- La nueva monarquía de los Reyes Católicos (unión  dinástica, reorganización político-administrativa)

Unión  dinástica. 

El matrimonio formado por Isabel, reina de la Corona Castilla, y Fernando, rey de la Corona de Aragón, es conocido como el de los Reyes Católicos debido al título honorífico concedido por el Papa en 1496 tras la conquista de Granada. Se trata de una unión  dinástica o monarquía compuesta, no de una unificación política de sus reinos: aunque comparten un mismo rey, cada reino mantiene su legislación y las instituciones propias, manteniéndose también las fronteras y las aduanas entre ellas. Para gobernar sus reinos acordaron repartirse competencias y administrar conjuntamente los territorios (corregentes, con el lema: tanto monta el rey como la reina), así como establecer un único escudo (las flechas de Isabel y el yugo de Fernando). Pese a no ser oficial, en la Corte real y en el exterior se fue imponiendo paulatinamente el título de reyes de España.

Reorganización político-administrativa.

Isabel y Fernando encarnan las transformaciones de las monarquías autoritarias: frente a debilidad del monarca en el feudalismo, procuraron reforzar el poder real frente a nobleza. Para ello, introdujeron modificaciones políticas y administrativas entre las que destacan:
-Reforzamiento de los Consejos: el Consejo Real de Castilla se convirtió en el principal órgano asesor y de gobierno de los reyes. Estaba formado por nobles y letrados organizados en comités específicos (política exterior, justicia, hacienda...)
-Extensión de los virreyes en aquellos territorios que, como la Corona de Aragón y Navarra, tenían organismos y leyes específicas. Para Galicia crearon el cargo de Gobernador con poder similares a los del virrey.
-Reforma de la justicia: creación de nuevas  Chancillerías (Valladolid y Granada) y Audiencias (Galicia y Sevilla), tribunales permanentes que ejercían su jurisdicción sobre un territorio delimitado.
-Imposición de los corregidores en las ciudades, reduciendo el poder de los regidores de las mismas.
 
-Incremento de la burocracia y formación de un ejército permanente basado en los tercios., así como de la Santa Hermandad para el mantenimiento del orden interior.
 
-Las Cortes (diferenciadas para Castilla, Aragón, Cataluña, Valencia y Navarra) mantuvieron sus funciones básicas (aprobación de leyes a propuesta de los reyes y recaudación de impuestos). Las cortes castellanas fueron paulatinamente perdiendo importancia frente al poder real, manteniendo el resto cierta autonomía.

Junto con la figura del monarca, la única institución común a los reinos fue la Inquisición, tribunal encargado de mantener la ortodoxia religiosa católica. Por medio de ella se buscaba la cohesión de la población y fue acompañado de la represión a las otras confesiones, como muestran las expulsiones de los judíos en 1492 o las conversiones forzosas de  moriscos. 

10.- La configuración del imperio español en el siglo XVI (la herencia de Carlos I, los cambios en tiempos de Felipe II: rebelión de Flandes, incorporación de Portugal, guerra contra Inglaterra)


Carlos I fue el primer rey de la dinastía de los Austria y gracias a la política matrimonial de sus abuelos maternos, los Reyes Católicos, y a una serie de fallecimientos de sus predecesores en la sucesión, concentró una importante herencia de tronos: de su familia paterna hereda Austria, los Países Bajos, Luxemburgo, el Franco Condado y la posibilidad de ser elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (que hizo efectiva en 1520); de su familia materna recibió la Corona de Aragón (con Cerdeña, Sicilia y Nápoles) y la de Castilla junto con los territorios descubiertos en América. De este modo, la Monarquía Hispánica, a pesar de a ser un conjunto heterogéneo de territorios que compartía un mismo rey (unión dinástica), logró conformar un imperio hegemónico en Europa durante el siglo XVI.

Con Carlos I la corona asumió el principio de la Universitas Christiana , es decir, el mantenimiento de una monarquía católica universal frente a la difusión del protestantismo por Europa y la amenaza de Francia y los turcos. La quiebra de este ideal llevó a la abdicación de Carlos I (1556) cediéndole a su hijo Felipe II sus reinos, excepto el Sacro Imperio, que fue para Fernando, hermano de Carlos. A pesar de no ser emperador, la política exterior de Felipe II se alineó con la de su padre: la defensa del catolicismo y el mantenimiento de la hegemonía dinástica en Europa. Ello conllevó numerosos conflictos, el mayor de los cuales fue la rebelión de los Países Bajos por el autoritarismo real y el conflicto religioso. En 1579 el sur de los Países Bajos, el Flandes católico, aceptó la autoridad de Felipe II, frente el norte (Provincias Unidas de Holanda) que continuó una rebelión que se extendería durante 80 años.

En 1580 murió sin descendientes directos el rey de Portugal y  Felipe II reclamó el trono por ser hijo de una princesa portuguesa. Empleando la diplomacia y la amenaza militar, consiguió que en 1581 las Cortes portuguesas lo reconocieran como rey, jurando este mantener sus libertades e instituciones propias. La integración de Portugal significó, además de la unidad peninsular, la incorporación de su enorme imperio con posesiones en África, Asia y América y la consolidación del dominio marítimo mundial.

Uno de los grandes rivales de la monarquía de Felipe II fue Inglaterra. La llegada al trono de Isabel I supuso el inicio de hostilidades entre ambos reinos. La reina inglesa financió a los protestantes europeos en sus acciones contra Felipe II y también desafió el monopolio comercial español sobre América. Para esto patrocinó a corsarios para que acosaran a los buques españoles. La respuesta de Felipe fue el envío de la Gran Armada (1588) para atacar Inglaterra, que fracasó completamente, cerrando la posibilidad de una invasión de las islas británicas.



11.- La crisis socio-económica del siglo XVII (la crisis demográfica, el deterioro de la economía, los problemas de la hacienda real)

Durante el siglo XVII, la sociedad española atraviesa una profunda crisis social y económica que junto con los desafíos políticos internacionales debilitaron a la Monarquía Hispánica

La crisis demográfica. 


Las malas cosechas, las epidemias de peste y las guerras provocaron que la población de los territorios de la Monarquía hispánica sufriera estancamiento o regresión, con frecuentes crisis de mortalidad catastrófica. En España, la población se mantuvo alrededor en unos ocho millones a lo largo de la centuria, siendo la Corona de Castilla la más afectada por la caída de población. La expulsión de los moriscos en 1609 contribuyó al descenso demográfico, sobre todo en la Corona de Aragón.


El deterioro de la economía. 


Además de la crisis agraria asociada a las malas cosechas, todos los sectores artesanales y comerciales se vieron afectados, cayendo la producción interna y provocando la ruina de los centros artesanales de Castilla. Las causas fueron múltiples: el excesivo alza de precios provocada por la llegada del oro y plata americano (revolución de los precios), la falta de competitividad provocada en gran parte por la inflación, la invasión del mercado interno por los productos extranjeros, el incremento de los impuestos y las alteraciones monetarias. El comercio exterior también se resintió. Basado en la exportación de materias primas (en especial la lana) y en la importación de manufacturas, su déficit se pagaba con el oro y la plata procedente de América (mucho menos abundantes que en el siglo XVI). La caída de la producción interna favoreció a los comerciantes extranjeros que coparon los envíos hacia América a través de intermediarios castellanos y se hicieron con las remesas de metales preciosos (a finales del siglo XVII únicamente el 5% de los productos enviados a las colonias americanas procedían de la Península). 


Los problemas de la Hacienda real. 


Para hacer frente al descenso de ingresos (consecuencia de la crisis económica general) y a los ingentes gastos de las múltiples guerras, la Corona recurrió a la desvalorización de la moneda y a acuñar ingentes cantidades de monedas de vellón (aleación de cobre y plata), situación que provocó el aumento de la inflación y agravó las dificultades económicas. Además, la imposibilidad de devolver los préstamos realizados por los banqueros provocó la declaración de numerosas bancarrotas de la Hacienda real. La crisis económica general y el agotamiento de los recursos hicieron que la Monarquía hispánica perdiera, a partir de 1640, su papel hegemónico en Europa, pero no impidieron que se desarrollara el Siglo de Oro de la cultura española. Las medidas deflacionarias adoptadas por los gobiernos de Carlos II permitieron la estabilización del mercado interno y sentaron las bases para la recuperación económica. 



12.- El conde-duque de Olivares como valido y la crisis de la monarquía (los proyectos de reforma, las revueltas de Cataluña y Portugal)


En 1621 comenzó el reinado de  Felipe IV, que nombró como valido a Gaspar de  Guzmán, conde-duque de  Olivares. Ambos trataron de mantener la hegemonía de la Monarquía hispánica en el mundo, amenazada especialmente por Holanda y Francia. 


Desde los inicios de su gobierno, el conde-duque de  Olivares quería modificar la estructura política de la Monarquía hispánica eliminando los privilegios forales de sus reinos e imponiendo en todos ellos las leyes de Castilla, las más favorables para el poder real (Gran Memorial, 1624). El proyecto de la Unión de Armas proclamado en 1626 establecía un reparto de los gastos de las guerras entre todos los reinos (hasta entonces solo recaían sobre Castilla) y la creación de un ejército permanente de 140.000 hombres, repartidos entre los distintos reinos de acuerdo con su población y riqueza. Junto con las tendencias centralistas y el autoritarismo de  Olivares, las guerras en Europa y el agotamiento económico provocaron un descontento creciente que estalló en 1640. En ese año se iniciaron una serie de sublevaciones que generaron una grave crisis política: en Aragón, Andalucía,  Nápoles y  Sicilia hubo levantamientos, pero fueron los de Cataluña y Portugal los más críticos y duraderos.

En 1639 entraron en Cataluña las tropas reales para combatir a las tropas francesas que habían invadido el  Rosellón. El alojamiento de las tropas castellanas ocasionó  tumultos que culminaron con la sublevación de los  segadores y la muerte del virrey, el conde de santa Coloma, en Barcelona (Corpus de sangre, 7-6-1640). Tumultos similares se produjeron por toda Cataluña.  Olivares envió al ejército para reprimirlos y quiso aprovechar la situación para modificar los privilegios forales. Ante la gravedad de la situación, la Generalitat catalana, liderada por el diputado Palo  Claris, convocó Cortes y asumió el gobierno de Cataluña. Las tropas reales ocuparon varias ciudades pero fracasaron ante Barcelona. En 1641, la Generalitat solicitó ayuda a Francia y proclamó a Luis  XIII conde de Barcelona. El conflicto se alargó, pero el poco respeto de Francia hacia sus privilegios forales y las promesas de  Felipe IV de respetar sus privilegios minaron la resistencia de los catalanes. En 1652 las tropas reales entraron en Barcelona y  Felipe IV ratificó los privilegios forales de Cataluña. 

El descontento portugués era fuerte por la política de castellanización de  Olivares, la obligada participación de soldados portugueses en el conflicto de Cataluña y la falta de defensa de las colonias portuguesas ante los ataques holandeses. Aprovechando la escasez de tropas por la acumulación de conflictos en 1640, una conspiración  nobiliaria consiguió hacerse con el poder y proclamar al duque de  Braganza rey de Portugal. Los varios intentos de  reconquistar Portugal fracasaron y España reconoció definitivamente la independencia en 1668.

La crisis de 1640 supuso el fracaso del reformismo de  Olivares y anunció la pérdida de la hegemonía española en Europa. Además, la autonomía de cada territorio fue reafirmada hasta la llegada de los Borbones.



13.- Economía y sociedad en la Galicia de los  Austrias (la agricultura y sus transformaciones, la importancia de la pesca en la Galicia litoral, la estructura social: sociedad  rentista y peso de la hidalguía)


Durante el reinado de los  Austrias, Galicia mantuvo una posición periférica pero estratégicamente importante por ser un punto vital en la ruta marítima hacia los Países Bajos. Galicia estaba dividida en provincias (siete desde mediados del siglo  XVI: Coruña, Betanzos, Santiago, Mondoñedo, Lugo, Ourense y Tui). Las Juntas del Reino de Galicia actuaban, desde 1528, como representación del Reino. 

Galicia, como toda Europa, continuó siendo una economía agraria y rural durante los siglos  XVI y  XVII. La agricultura del siglo  XVI registró un incremento de la producción a nivel cuantitativo pero dentro de las pautas tradicionales tanto en los tipos de cultivos como en las técnicas. Fue gracias a la introducción de nuevos cultivos (maíz y patata) durante el siglo  XVII que la producción agrícola aumentó. Estos cambios permitieron un fuerte crecimiento de la producción y de la población; esta situación contrastaba con el panorama negativo del siglo  XVII en el resto de Europa.

En la Galicia costera la pesca fue una actividad económica fundamental. La pesca litoral complementaba la dieta alimenticia de las poblaciones costeras y la de altura potenciaba la economía gracias a las campañas de la pesca del bacalao en  Terranova, que permitía su venta en los mercados de Castilla. Importante también fue la salazón de pescado, especialmente de la sardina, en numerosas instalaciones distribuidas a lo largo de toda la costa gallega.

La sociedad gallega de la época era esencialmente rural y las ciudades eran muy pequeñas, destacando Santiago de Compostela, por sus funciones religiosas, A Coruña, sede de las instituciones de gobierno, y Pontevedra, en declive y relacionada con la pesca y salazón de la sardina. Las actividades artesanales y comerciales eran escasas, predominando la  autarquía comarcal. Destacaban la producción doméstica de tejidos de lino.

El fenómeno del foro modificó la estructura social de Galicia. El foro era un contrato de arrendamiento rural de larga duración (la vida de tres reyes, por ejemplo) por lo que el propietario cedía el uso de la tierra a una familia campesina a cambio de una renta.  Muchos miembros de la baja nobleza (hidalgos) optaron por aforar a los monasterios grandes extensiones de tierra y luego subaforarlos por partes a una o varias familias campesinas, consiguiendo grandes beneficios. El aumento de la riqueza agraria durante el siglo  XVII fomentó la construcción en estilo barroco de iglesias y monasterios pero también de pazos de hidalgos, muestra del poder de estas familias. 

La  hidalguía  rentista se convirtió en el grupo social dominante en Galicia ante el absentismo de la alta nobleza (que no vivía en Galicia sino en la Corte y varios de cuyos miembros desempeñaron elevados cargos en la administración (virreyes, embajadores) y se vincularon con las familias  nobiliarias castellanas); los hidalgos mandaban en Galicia por su presencia en todo el territorio, su monopolio de las élites letradas y su control sobre los ayuntamientos urbanos y sobre las Juntas del Reino de Galicia.

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